Lunes; no sólo eso, primer lunes laborable del año. Regreso a clases después de unas divertidísimas y agotadoras (para los adultos) vacaciones. Volver a preparar el almuerzo (o lunch, como insisten en llamarle en la escuela) la noche anterior; volver a las carreras en la mañana; volver al tráfico inclemente, ese monstruo de millones de cabezas enloquecidas, de nuestra ciudad; volver a levantarse temprano, y, reconozcámoslo, como casi todas las familias, a la duda nocturna de si seremos capaces de levantrarnos todos a tiempo.
¿Nos levantamos? Sí, con poco margen pero lo logramos todos. O casi: a la pequeña le costó mucho trabajo; de por sí no es de espíritu madrugador, como el mayorcito, que de hecho se levantó antes que nosotros y se escondió a jugar en un armario. Nos hizo migajas el corazón con su "No quie'o depetame", pero a final de cuentas lo hizo y logró alcanzar su buen humor habitual antes de subirla al vehículo familiar, Lichi, por mal nombre.
En fin, ya trepadas, cinturones de seguridad abrochados, música infantil encendida, el tiempo justo, justísimo, medido, vuelta en la marcha y... ¡la gasolina! Ni gota de combustible. Afortunadamente hay una gasolinería muy cerca; allá vamos, con miedo de no llegar (y eso que es a sólo cuatro cuadras), pero, otra vez, sí se pudo: hoy, con todo, la suerte parece estar de nuestro lado. Ya instalados en la cola, larga pero no tanto como suele estar aquí, me doy cuenta que, la última vez que me fijé (la semana anterior), la gas costaba $16.36 y hoy estaba a $16.79... ¡y sin gasolinazos!
En fin, cargamos un poco y nos enfrentamos al tráfico, el inclemente tráfico de los lunes y del regreso a clases. Ya saben...
En fin, tomamos una ruta alterna para evitar lo peor de los atascos, y un cierre de circulación permanente en las últimas semanas (para reparar un socavón que se estaba abriendo en un puente). Fuera del camino y con poco combustible, buscando la forma de evadir el bloqueo del puente que es el único punto de cruce, en varios kilómetros, de una avenida principal, pero ya es algo.
Afortunadamente todo fluyó de maravilla.
Con el niño, que ya tiene la capacidad de hacer el trayecto a le escuela caminando, todo fue menos angustiante: salió con Papá un poco tarde por el caos generalizado dentro de casa, pero llegó en tiempo a clases. Y particularmente de buenas, como no había sucedido las últimas idas a la escuela.
En fin, todo fue bien a pesar de la falta de planeación. Volvimos al hogar por un café y a trabajar: oficina en casa, por fortuna a veces, y otras no. Hoy, sin duda, no, porque nos quedamos dormidos y nos despertamos a tiempo apenas para ir a recoger criaturas. Otra vez al tráfico.
La tarde con los niños, como es costumbre, caótica, con sus juegos y sus risas, y los inevitables e inacabables pleitos entre hermanos. "¡Me picó el ojo!", dice una, "¡Ella me quitó el libro!", se defiende el otro. Lo habitual, ya saben, con lo que todas las familias (al menos las que conocemos) con más de una cría tenemos que lidiar.
Llegó la merienda, la eche tibia y los retoños a dormir. Como es habitual, el chamaco opuso resistencia pero se durmió pronto; la chamaca no opuso resistencia, pero no hay modo de que se duerma temprano: rueda por la cama, canta, juega, pide ir al baño una y otra vez (y en efecto, sí orina o caga, tampoco es que nos engañe, pero qué momentos tán amañados), nos saca de quicio. Pero se duerme al fin.
Un ratito para nosotros los adultos, que hoy aprovechamos para... No, nada interesante: tomarnos un café y a trabajar, que hay que reponer lo que no hicimos en la mañana y avanzar lo que corresponde al turno nocturno. Así es es esto de freelancear.
Y para colmo, me estoy enfermando.
¡Hasta mañana!... quizá.
¿Nos levantamos? Sí, con poco margen pero lo logramos todos. O casi: a la pequeña le costó mucho trabajo; de por sí no es de espíritu madrugador, como el mayorcito, que de hecho se levantó antes que nosotros y se escondió a jugar en un armario. Nos hizo migajas el corazón con su "No quie'o depetame", pero a final de cuentas lo hizo y logró alcanzar su buen humor habitual antes de subirla al vehículo familiar, Lichi, por mal nombre.
En fin, ya trepadas, cinturones de seguridad abrochados, música infantil encendida, el tiempo justo, justísimo, medido, vuelta en la marcha y... ¡la gasolina! Ni gota de combustible. Afortunadamente hay una gasolinería muy cerca; allá vamos, con miedo de no llegar (y eso que es a sólo cuatro cuadras), pero, otra vez, sí se pudo: hoy, con todo, la suerte parece estar de nuestro lado. Ya instalados en la cola, larga pero no tanto como suele estar aquí, me doy cuenta que, la última vez que me fijé (la semana anterior), la gas costaba $16.36 y hoy estaba a $16.79... ¡y sin gasolinazos!
En fin, cargamos un poco y nos enfrentamos al tráfico, el inclemente tráfico de los lunes y del regreso a clases. Ya saben...
En fin, tomamos una ruta alterna para evitar lo peor de los atascos, y un cierre de circulación permanente en las últimas semanas (para reparar un socavón que se estaba abriendo en un puente). Fuera del camino y con poco combustible, buscando la forma de evadir el bloqueo del puente que es el único punto de cruce, en varios kilómetros, de una avenida principal, pero ya es algo.
Afortunadamente todo fluyó de maravilla.
Con el niño, que ya tiene la capacidad de hacer el trayecto a le escuela caminando, todo fue menos angustiante: salió con Papá un poco tarde por el caos generalizado dentro de casa, pero llegó en tiempo a clases. Y particularmente de buenas, como no había sucedido las últimas idas a la escuela.
En fin, todo fue bien a pesar de la falta de planeación. Volvimos al hogar por un café y a trabajar: oficina en casa, por fortuna a veces, y otras no. Hoy, sin duda, no, porque nos quedamos dormidos y nos despertamos a tiempo apenas para ir a recoger criaturas. Otra vez al tráfico.
La tarde con los niños, como es costumbre, caótica, con sus juegos y sus risas, y los inevitables e inacabables pleitos entre hermanos. "¡Me picó el ojo!", dice una, "¡Ella me quitó el libro!", se defiende el otro. Lo habitual, ya saben, con lo que todas las familias (al menos las que conocemos) con más de una cría tenemos que lidiar.
Llegó la merienda, la eche tibia y los retoños a dormir. Como es habitual, el chamaco opuso resistencia pero se durmió pronto; la chamaca no opuso resistencia, pero no hay modo de que se duerma temprano: rueda por la cama, canta, juega, pide ir al baño una y otra vez (y en efecto, sí orina o caga, tampoco es que nos engañe, pero qué momentos tán amañados), nos saca de quicio. Pero se duerme al fin.
Un ratito para nosotros los adultos, que hoy aprovechamos para... No, nada interesante: tomarnos un café y a trabajar, que hay que reponer lo que no hicimos en la mañana y avanzar lo que corresponde al turno nocturno. Así es es esto de freelancear.
Y para colmo, me estoy enfermando.
¡Hasta mañana!... quizá.
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