Si algún día me
ven repitiendo la frase “El adulto, el adulto, el adulto”, no me saluden. No me
hablen si quiera y aléjense discretamente.
Esa repetición es
la versión más corta y urgente de mi mantra “El adulto soy yo”, que me digo una
y otra vez, para recuperar la calma, cuando estoy a punto de explotar con mi
hijo. Así que si lo estoy diciendo, la cosa está complicada y necesito, de
verdad necesito mi espacio. Me he
puesto yo sólo de tiempo fuera y estoy tratando de recuperar el control sobre
mí mismo. Sobre mi propio caos interior.
La imagen es de una serie muy conocida y usada en sitios relacionados con el TDAH; fue creada para la guía El alumno con TDAH publicada por la Fundación ADANA.
Mi hijo es una personita adorable: es encantador, es cariñoso, es atento, se conecta muy fácil con las personas; como dice una profesora, es muy noble, pero tiene sus ratos en que se convierte en otro. Supongo que todo mundo siente que eso mismo es aplicable a sus hijos.
Mi hijo (¿los suyos también?) tiene una capacidad impresionante para hacerlo a uno explotar. Por un lado, es muy inteligente (eso decimos casi todos, ya lo sé) y sabe perfectamente qué teclas apretar para activar el detonador. Eso parece ser la norma en la infancia, pero…
Pero mi hijo, y
esto es muy importante en este aspecto, tiene TDAH: Trastorno de Déficit deAtención con Hiperactividad. Este trastorno se caracteriza por una serie de
síntomas, que se presentan muchos en paquete, en tres ejes: hiperactividad,
impulsividad e inatención, de tal manera que afecta la vida cotidiana y produce
discapacidades (sociales, académicas, etcétera) concretas, e implica algunos
riesgos importantes. Y aquí la cosa ya no es como con cualquier niño.
No es que
el niño sea un malcriado que sólo busca llamar la atención y molestar (sí,
claro que también lo hacen), es que de pronto no lo puede evitar aunque trate.
Y tratan. Los niños con TDAH (y los adultos también) se esfuerzan mucho por
controlar sus impulsos, y aún así no pueden. Y eso los desespera y los
angustia; alguna vez mi hijo, después de estallar en fuegos artificiales (esa
vez no pasó a más), se puso a llorar y me dijo “Papá, ayúdame. ¡No me puedo
controlar!” Para mí ese tratar y no poder, esa incapacidad y la angustia que
causa, y los problemas sociales que acarrea, define la impulsividad en el TDAH.
Dejémoslo claro
de una vez: el TDAH no es producido por una educación incorrecta, no es que
sean niños mimados, no es que sean perezosos, no es por ver mucha TV o por los
videojuegos (existe, aunque tenía otro nombre porque andábamos bastante errados
respecto a qué es, desde mucho antes que los videojuegos y desde antes que la
tele), no es por demasiado azúcar o chocolate, o por falta de omega-3,
vitaminas o yodo.
El TDAH es un
problema de origen biológico: de desarrollo neurológico, que va a un ritmo diferente
en algunos aspectos específicos. ¿Cuál es la causa? Aún nos (a nosotros: la
humanidad) faltan piezas del rompecabezas y no hemos terminado de entenderlo,
pero sabemos que tiene una heredabilidad muy alta; algunos estudios la ponen
más arriba y otros más abajo, pero se suele hablar de 0.76 de heredabilidad.
¿Qué quiere decir eso? Que si un niño tiene TDAH, como mi hijo, hay un 76% de
probabilidad de que sea heredado. Algunos estudios hablan incluso de 91%.
Sí. Yo también
tengo TDAH. En mi caso predominan los síntomas de inatención, y el eje de la
hiperactividad en mi caso, al parecer, nunca ha sido tan marcado como el de él;
con el tiempo mi impulsividad fue quedando bajo control. Pero a veces soy
presa de esa impulsividad también.
Y ya podrán
imaginarse qué pasa cuando se junta su impulsividad enojada y provocadora, con
la mía. Tenemos un problema tectónico, un sismo, un volcán en erupción. ¡Bum!
En esos momentos
necesito separarnos. Poner distancia física para que ambos nos tomemos nuestro
tiempo fuera. Y es ya apartados que empiezo con mi mantra: “el adulto soy yo,
el adulto soy yo, yo soy el adulto… soy el adulto, soy el adulto, el adulto.
¡El adulto, el adulto, el adulto!” Cualquier intervención en ese momento, no
importa de quién sea y con qué intención, desatará de nuevo el impulso y... si el
adulto eres tú (también) el mantra ya no funciona.
En fin, ya lo
sabes. Si me ves diciendo que el adulto soy yo, ¡corre por tu vida! O, al
menos, para evitarnos el mal rato a los dos.
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