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Día zen

A veces es difícil, tan difícil la parentalidad. Cuando los hijos se pelean una y otra vez. Cuando los enojos les ganan y a todo dicen que no aunque quieran decir que sí; ya aprenderán, espero, a decir que no cuando es no, y que sí cuando es sí, y a respetar cuando alguien más lo dice, que así como están las cosas en nuestra sociedad parecen ser dos necesidades (decir que no y respetar a ultranza el no) urgentes y por tanto dos puntos cruciales de la educación.
Los celos, ay, los celos.
La comida, ay, la comida.
Recoger la ropa. Ay. Los juguetes. ¡Los libros!

Ayer, sin embargo, no fue uno de esos días de caos y más caos. Ayer fue un día suave, delicioso, con pajarillos cantando, florecillas brotando (¿en mitad del invierno? Sí, en mitad del invierno), el sol brillando y las risas de los niños todo el tiempo.
¿Todo el tiempo? Vale, no. Hubo un par de escaramuzas que se solucionaron fácil, hubo un pequeño berrinche y tuvimos que insistir para que recogieran los libros. La niña jugó con la tierra de una maceta que sabe que no debe tocar pues lastima a las plantulitas.
OK, OK. No hubo risas todo el tiempo, ni flores brotando, ni el débil sol invernal brilló todo el día, ni todo fueron pajarillos cantando, ni todo fue delicioso y suave. Pero, ¿saben qué?, sí fue un día maravilloso. De esos que uno termina agotado de hacer cosquillas, y jugar, y leerles, y cantar, y probar comidas nuevas. Y risas al bañarse.


Y la leche tibia a tiempo para dormir.

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